Para hacer frente a la multitud de conflictos que se pueden presentar en las aulas, los docentes no pueden alejarse de la realidad que rodea a sus alumnos, deben ser más sensibles, a fin de sentir como ellaos/as, entender sus necesidades y en lo posible suplirlas, no olvidar que son personas que influyen mucho en su comportamiento, casi al mismo nivel que sus padres y amigos.
Es necesario que el alumnado sepa llevar a la práctica los saberes más importantes de la educación con la orientación de sus maestros, que son los siguientes:
- Aprender a aprender.
- Aprender a hacer.
- Aprender a vivir juntos.
- Aprender a ser.
Muchos de los jóvenes pueden superar los conflictos que impiden un mejor aprendizaje si reciben de sus maestros el afecto que sus padres o madres no le están dando y que les hace falta, un poco de tiempo para escucharlos, animarlos, ayudarlos, orientarlos a fin de desarrollar sus habilidades, elevar su autoestima mostrarles calor humano, dándoles animo, diciéndoles cumplidos, creando a su alrededor un ambiente de autoconfianza y respeto, de aceptación a sí mismos y a los demás.
Todos sabemos que el afecto es como el oxigeno en el ser humano, una persona amada responde con amor, éste es la base principal para el desarrollo emocional y espiritual del individuo. Si no se tiene el afecto la persona es insegura, con limitaciones y actitudes negativas, que le llevan a bajar su autoestima y desmotivarse, negándose a aprender.
Es necesario integrarlos y motivarlos para que pongan en práctica sus capacidades en el arte, la ciencia, la música, el deporte, el aprender otros idiomas y de esta forma estaremos, ampliando sus conocimientos, aportando con soluciones para que ellos aprendan a aprender, uno de los pilares de la educación de este siglo, lo que supone además aprovechar las posibilidades que ofrece la educación a lo largo de la vida.
Compartir y enseñar fortalece la misión docente en la tarea de formar seres humanos comprometidos que no solo sean profesionales sino verdaderos hombres y mujeres de bien, aprendiendo a hacer lo que les toca, a fin de adquirir una competencia que lo capacite para hacer frente a la vida y a las difíciles situaciones que tengan que experimentar y no solo con calificación profesional.
Estas necesidades satisfechas le llevarán a aprender a vivir juntos en sociedad, desarrollando la comprensión del otro, realizando proyectos comunes, preparándose para resolver conflictos, respetando los valores de pluralismo y diversidad.
Aprender a ser ellos mismos, que se motiven y se llenen de ganas de vivir, de estudiar, de ser diferentes, de ser vencedores y no vencidos, esto también nos fortalecerá como verdaderos maestros formadores de vidas y no de sujetos.
Si persiste el criterio de que la prioridad de la educación es la adquisición de conocimientos, y no la formación del ser íntegramente para que sea capaz de lograr sus metas, desarrollar sus habilidades y destrezas, aportando con sus capacidades intelectuales demostrando ser competitivos, no se puede concebir a la educación de este siglo como un todo.
Partiendo de esta concepción, cada docente está en la obligación de conducir a sus estudiantes hacia la superación de sus conflictos en el aprendizaje, aprovechando en la vida cada oportunidad que se le presente, actualizando, profundizando y ampliando sus saberes para adaptarse a este mundo cambiante.